Me invitó mi comadre a que viera a mi ahijadito en una exhibición del último día de curso de su clase de natación.
Llegué a la dirección que me indicó y era una casa a la cual se accedía por la puerta de servicio hacia el patio. Había una alberca súper chiquita con una señora como de unos 60 años ataviada en un traje de baño como de surfer o buzo y un sombrero de paja de esos playeros enormes de pie dentro de la pileta (el agua le llegaba abajo del pecho) con dos grupos de niños entre los 2 y los 5 años de edad chapoteando sin orden alguno.
En el jardín estaban las mamás e incluso algunos papás con cámaras de foto y video para documentar el gran evento. Los niños en turnos pasaron uno por uno al centro de la mini piscina a hacer lo que supuestamente aprendieron, que para mi gusto era casi nada.
Los progenitores echaban porras como si fueran las olimpiadas a sus críos que hicieron bucitos, nadaron de flechita una distancia menor a un metro y medio, e incluso un tal Huguito lo único que pudo presumir fue de hacerse el muerto. Obvio sus papás vitorearon el logro mientras yo me moría de la verguenza ajena de que luego de 6 semanas solo eso aprendió.
Antes de finalizar y para seguir restándole credibilidad a su escuela, la maestra sacó a los niños del agua y anunció que había llegado la hora de los clavados. Ella de pie junto a la orilla (que era aún menos profunda) sostenía un aro de hula-hula y los niños saltaban através de él como si fueran french poodles de circo.
Cuando fue el gran momento de una de las niñas después de que se echó noté a su papá que estaba a un lado de mi muy molesto. «Vaya» pensé «Hasta que alguien más se siente ofendido de esto»… pero no. Resulta que lo practicaron en su casa y la niña no inclino la cabeza como en el ensayo y cayó de panza.
En fin, comí papitas y bebí refresco mientras observé a todas esas familias ilusionadas en que sus hijos serán muy buenos para los deportes.
Omití sugerirle a mi amiga solicitar un reembolso, pues ella igual que los demás estaba súper emocionada.